http://elpais.com/elpais/2012/06/06/opinion/1338982268_785200.html
Este artículo me parece de tal importancia y relevancia que lo encabezo para dároslo a conocer ; también para potenciar su divulgación, y de este modo nutrir nuestra concientización y formación ciudadana.
De cómo con el lenguaje conquistan tus pensamientos: la
ocupación (concepto militar) del lenguaje o dime como hablas y te diré como piensas.
Actualmente la derecha acapara un inmenso poder político y económico. Pero
además de imponer en toda su radicalidad el modelo neoliberal, trata de operar
un cambio de mentalidades que lo normalice y con ello ejercer la hegemonía
cultural mediante el control de las representaciones colectivas. Este proyecto
se sustenta en una campaña sistemática de autolegitimación y descrédito
de los argumentos progresistas, en coordinación con la derecha mediática
mayoritaria, cuyas estrategias discursivas fundamentales son:
La creación y propagación de conceptos. Propias o prestadas, las nuevas nociones
trazan un mapa de la vida pública, sus actores y sus conflictos:
competitividad, moderación salarial, dar confianza a los mercados, privilegios
(para denominar derechos), copago. Se exponen como verdades incuestionables pero su sentido y alcance
nunca se explicitan, pues parecen lograr mayor eficacia práctico-política
cuanto menor es su precisión semántica. Por ejemplo, “libertad” asume un
significado muy cercano a “seguridad”. El eslogan de la BESCAM en Madrid lo
ejemplifica: “Invertir en seguridad garantiza tu libertad”. Como en la
“neolengua” de Orwell, las nuevas nociones son a menudo “negroblancos”,
inversiones del significado común de los vocablos. El “Plan de Garantía de los Servicios Sociales
Básicos” es el programa de recortes del gobierno de Castilla-La Mancha. El
“proceso de regularización de activos ocultos” de Montoro es una amnistía
fiscal.
Klemperer narra que la población alemana no hizo suyo el lenguaje de
los nazis a través de sus tediosas peroratas, sino por medio de expresiones
repetidas de modo acrítico en los contextos de la vida cotidiana. Las
palabras de los actuales líderes de la derecha no son menos letárgicas. Sus
muletillas (“no se puede gastar lo que no se tiene”; la sanidad “gratuita” es
insostenible; solo nosotros tenemos “sentido común”) contrarían cualquier
prueba de verdad o validez normativa: el capitalismo financiero se basa en
el crédito, o sea, en “gastar más de lo que se tiene”; la sanidad pública
no es gratuita, sino financiada colectivamente; y es una inversión ideológica y
un dislate suponer que cabe sentido común en el hecho de reclamarlo como propio
y exclusivo, es decir, como no común. Pero por su simpleza, su fuerte arraigo
en la doxa y su apariencia no ideológica, tales expresiones consiguen adhesión.
La usurpación de la terminología del oponente. Nadie es dueño del
lenguaje, pero las expresiones se adscriben legítimamente a tradiciones,
relatos e identidades políticas determinadas. Al
usurpar los términos de la izquierda, la derecha neutraliza y a la vez
rentabiliza su sentido contestatario. Esperanza Aguirre afirma que las políticas
de los sindicatos “son anticuadas, reaccionarias y antisociales”. Palabras como
“cambio” o “reformas”, antes vinculadas a proyectos progresistas, disfrazan
ahora contrarreformas. Rajoy dijo en la conmemoración oficial de la
Constitución de 1812: “Los gaditanos nos enseñaron que en tiempo de crisis no
solo hay que hacer reformas, sino que también hay que tener valentía para
hacerlas”. Sustentándose en la reputación de espacios y tiempos
institucionales, los actuales recortes se invisten del valor simbólico de
reformas históricas.
La estigmatización de determinados colectivos. Médicos,
enseñantes, funcionarios, estudiantes y trabajadores fijos son
descalificados. Al disfrutar de supuestos “privilegios”, parecen
co-responsables de la situación actual. Desprestigiándolos se puede activar
un malestar social basado en el rencor, la envidia y el miedo, y socavar la reputación de lo público para justificar su liquidación. Se alude a los
desempleados como beneficiarios de la reforma laboral, pero se les supone
holgazanes que deben redimir su inutilidad con labores sociales. Un empresario
farmacéutico, Grifols, propone como solución donar sangre: “En épocas de
crisis, si pudiéramos tener centros de plasma podríamos pagar 60 euros por
semana, que sumados al paro son una forma de vivir”. El parado se convierte
así en un desecho cuyo cuerpo puede ser mercantilizado. El siguiente paso
podría ser la venta de órganos o de los hijos a los que no se pueda mantener.
Los primeros ajustes en la sanidad pública penalizan a un nuevo apestado, el
enfermo, lo señalan como causante del déficit, y exigen que (re)pague por su
debilidad. Si la ESTIGMATIZACIÓN ES EL PASO PREVIO A LA EXPULSIÓN,
como ya ocurre con los sin papeles, otros muchos colectivos podrán ser
excluidos.
Un método de argumentación basado en la simpleza y la comprensión
inmediata. De nuevo, el “sentido común”, ritornello favorito de
Rajoy, sustenta este procedimiento. Formas de razonamiento y esquemas mentales
al alcance de todos hacen posible que las ideas y soluciones impuestas sean
aceptadas como conclusiones propias, expresiones de un pragmatismo
irrefutable y del interés colectivo. Se apela así a espacios imaginarios de
consenso de los que el oponente no puede autoexcluirse: “No es una cuestión de
izquierdas o de derechas, sino de sentido común”, afirma Alicia
Sánchez-Camacho.
El eufemismo, la atenuación y la exageración, el defender premisas
contradictorias, se han normalizado en el repertorio retórico derechista: Rajoy
afirma que hará “cualquier cosa que sea necesaria, aunque no me guste y aunque
haya dicho que no la iba a hacer”. La reducción de profesores interinos “no se
puede plantear en términos de despidos —alega el ministro Wert—, sino de no
renovación de contratos”. Beteta generaliza burdamente: los funcionarios “deben
olvidarse de tomar el cafelito, deben olvidarse de leer el periódico”.
La construcción de marcos de sentido. La acción del gobierno de Zapatero
era tachada de improvisada, mendaz e insensata. Establecido ese marco,
cualquier medida gubernamental corroboraba la imputación general y así se
lograba una incontrovertibilidad que desconocen las fórmulas dialogantes. En el
espacio público se tiene más poder cuando se controla el marco de lo decible y
discutible. La derecha es magistral utilizando esta estrategia, pero tras
una prolongada degeneración
de la vida pública, de la que el PSOE es corresponsable, se ha consolidado una
visión consensual indistinta de la lógica del sistema: no hay más que una
realidad y ninguna opción para interpretarla.
Una táctica de “orquestación”. La reiteración
machacona de una consigna (y no de un argumento, como sugiere la equívoca
noción de “argumentario”) a varias voces, en momentos y lugares distintos, es
habitual: “los interinos han entrado a dedo”, “los sindicatos viven de las
subvenciones”, “los profesores trabajan poco”, etcétera. “Lo que digo tres
veces es verdad”, afirmaba el Bellman de Lewis Carroll. La derecha saca partido de
esa “performatividad” que rige la economía de los enunciados públicos:
cuando un comportamiento es reiteradamente reputado de normal, se tiende a
normalizarlo; o a estigmatizarlo, si se le ha tildado repetidamente de
anómalo.
La fijación de estos mecanismos gracias al poder amplificador de los media. Los medios
funcionan como laboratorios discursivos que difunden las nuevas expresiones y
consignas, y los asesores preparan declaraciones inmediatamente traducibles a
un titular. Inversamente proporcional al impacto de estos mensajes resulta la
capacidad de contestarlos: los análisis críticos se disuelven en un aluvión de
artículos, columnas y editoriales que logran una difusión e influencia mucho
menor.
La moralización del discurso público. La política contemporánea se desvía
hacia un registro moral, explica Rancière. Pero el moralismo de la derecha
desconoce las razones del otro: bueno o malo, normal o aberrante, son
calificativos atribuidos de modo categórico y sin margen de discusión,
apropiándose la universalidad de la noción en disputa, como señala Zizek. Las
“personas normales, sensatas…, españoles de bien” a que apela Rajoy son
indudablemente de derechas. Cuando encubre su integrismo moral la derecha incurre
en la paradoja política: Ruiz Gallardón pretende asumir la defensa de los derechos de las mujeres
y la lucha contra la “violencia estructural” que padecen con una contrarreforma de la ley
de aborto limitadora de derechos y que refuerza la violencia legal.
Muchos ciudadanos nos sentimos justamente indignados por lo “descarado” de
estos procedimientos. Y quizá sea en esa desfachatez, pérdida del rostro, donde
podría cifrarse tanto su fragilidad como la inquietante capacidad de contagio
de sus postulados.
Gonzalo Abril (UCM), Mª José Sánchez
Leyva (URJC) y Rafael R.
Tranche (UCM).
¡Dicho vulgarmente que "intentan lavarnos el coco"! ¡vienen a por nosotros!