jueves, 19 de mayo de 2011

La dictadura de la democracia:


Cuando nos dábamos la democracia tras la muerte del dictador allá por el 75, el “aparato” (de aparatoso) que se sostenía en él, comenzó a desmoronarse. Aquella “aristocracia” de trepas y allegados, sentían que la “savia” se les iba, al igual que el hálito al difunto “patriarca” y había que cambiar de árbol.

Nuestra transición fue algo así como un traspaso comercial de tienda de barrio, más que nada fue un relevo generacional. Y muchos de los que “regenerarían” al sistema eran los hijos de los anteriores gobernantes, tocaba sobrevivir en otras aguas.

En nuestra sagrada democracia: cada cuatro años se nos concede la “potestad” de cambiar a los políticos, a unos por otros, pero en general acaban haciendo lo mismo. Los políticos son el corifeo, la pantomima de nuestra tragedia. La crisis económica-financiera lo ha dejado claro, su repercusión en el campo social y político, evidencia su impotencia. El batiburrillo que se viene montando vale para “descargar tensiones”, pero seguirán la dinámia de lo perpetuo: unos pocos sobre muchos muchos. Esta regla se cumple a rajatabla, en el marxismo leninismo, en la católica y canónica Iglesia de Roma, en el capitalismo, y en nuestra rancia burguesía.

Surge, dicen espontáneamente, este fenómeno de las “quedadas juveniles” y esta vez, el motivo es manifestar el “cansancio” de «el cambio por el cambio para que todo siga igual», pero de igual modo que aquellas “malas cosechas antecedieron a las revoluciones” de antaño, la actual crisis económica, en cuanto que con desiguales consecuencias, esta soliviantando al “populo ignorante”.

¿Cuántas democracias nos gobiernan haciendo con nosotros lo que les da la gana? Atrás quedó la democracia orgánica de tipo franquista, la parlamentaria, la representativa, la asamblearia, la monárquica,… y en éstas, ¿elecciones a qué? ¿para qué valen los “candidatos”? La energía, la controlan unos, el capital financiero otros, ellos ponen los precios que les da la gana, porque como empresas privadas en este mundo de libre mercado, ellos se lo guisan y ellos se lo comen. Pagamos la luz a un precio sobredimensionado de tal manera que ¡claro está! generan unos beneficios del veintipico por ciento, cuando la economía/sueldo de la calle, anda congelado o aniquilado, en el caso de los muchos parados… Los Bancos, ¡oh, los bancos! quieren repartirse entre sus directivos unas plusvalías “de bonoloto” -¡sin sorteos, claro!- No sé la burrada de miles de euros, o prejubilaciones cuando los demás ampliamos nuestra vida laboral. Y claro, los políticos -convidados de piedra-, haciéndoles la ola, como de hecho “le hacen el pasillo”, así que, con este tinglao, ¿"pa dónde tiramos compae"?.

Y ante este momento electoral, de lo que se puede hacer, ¿qué hacen unos y otros?, ¿vale para algo el voto?

A esta situación respondo con un análogo. Cuando estudiamos al lenguaje se le reconocen a éste unos aspectos o funciones: (A) el aspecto léxico, el uso de las palabras en sí, (B) el aspecto morfosintáctico, cómo las organizamos para construir un mensaje que provoque concordancia-coherencia entre lo que se expresa y se entiende entre los intercomunicadores; (C) el aspecto semántico, lo que queremos decir y entender con esas palabras, y por último (D) el aspecto funcional y pragmático.

En el momento actual sobran las palabras bonitas y las frases correctas, se pide sentido común y pragmatismo, ¿Quién-es nos lo proporciona-n? ¿Quién-nes son-serían capaces?

Con el medio motín que tenemos a bordo de la embarcación y la tormenta que nos arrecia; con el sustento racionado y pasando penurias, pero con un peligro mayor que en el desconcierto todos terminemos chapoteando a la deriva, es mi pensar que bien haríamos en mantener la calma. Hasta ahora, la zozobra económica la estamos vadeando bien -viendo las barbas de nuestros vecinos portugueses, irlandeses y griegos-, porque más vale mantener las riendas de nuestra montura, antes de entregárselas a terceros que nos llevaran dónde ni cómo imaginamos.

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