sábado, 25 de julio de 2009

El Magisterio de profesión


Desde “http://laotraescuela1.blogspot.com” mi buen amigo me remite un documento de EDICIONES MORATA que leí hace ya años y que curioso, aunque foráneo, reflejaba la particular vida del/a docente.

Tengo que contextualizar que aquí en España, hasta hace bien poco (creo que se abolió con la Constitución del 78), la mujer vivía supeditada “cual menor de edad” a la Patria Potestad del padre o del marido, no pudiendo abrir o disponer de una simple Libreta de Ahorros a su nombre si por casualidad trabajaba; es decir, la independencia económica no garantizaba la autonomía social y disfrute de los derechos políticos como ciudadana, así que “tampoco podía pasear sin su padre o hermano”.

Dicha la anterior “premisa” de la condición femenina, en un tiempo anterior a los aconteceres actuales, la situación a la que se obligaba a la mujer que quería ejercer el Magisterio en la Escuela, ya en la España de final de siglo XIX, o la norteamericana del iniciado XX parece diferir poco. “Vidas paralelas”, y a partir de estos paradigmas o modelos comparados, sociológicamente observamos que las posibilidades de desarrollo de las capacidades de la persona-mujer, andaban por igual a ambos lados del océano.

En aquella sociedad se observa una moral “pública”… los afeites y maquillajes son herramientas, que de la aristocracia ha pasado a la zona social marginal y nocturna, convirtiéndose en signos de estatus contestatario. La emancipación de la mujer pasaba por este cauce de marginalidad. Para las coristas, los polvos blancos y los labios rojos eran, como refleja T. Lautrec en sus pinturas, los resortes lumínicos para resaltar ante aquellas candilejas de petróleo o carburo, sus facciones escénicas. (hoy día el maquillaje es pieza fundamental en el tratamiento de las escenas fílmicas, por el que se reciben premios, y cualquiera que se ponga delante de una cámara, precisa de “retoques”.)

Esta moral pública no hace distingos entre continente y contenido, para ella todo es igual y por tanto la apariencia lo hace y dice todo. Mentira pero verdad.

Mencionada esta particularidad, entro a indagar mentalmente al contrato.

De la mujer que accede a la prestación de este trabajo se la somete a “un estado de sitiocon “toque de queda”, ni abandona la población ni el domicilio, según los momentos. Ni fuma, ni bebe, ni compañía de hombre (salvo hermano o padre), ni monta en coche o automóvil. Tan solo queda para ejercer la profesión y sus labores (limpiar, barrer, fregar, cuidar la calefacción…) No importa, ¡para nada! lo que seas, ¡eres lo que haces y haces por lo que eres! (Luego nos quejamos de las castas hindúes)

Esta mentalidad “talibán y ultra”, choca a nuestros “conceptos y preceptos vigentes” pero hemos de considerar que si hoy lo aborrecemos no hace mucho éramos así como hoy lo son otros. Este pensamiento me trae a considerar como en un momento cronológico se producen momentos evolutivos de civilización que ya es objeto de estudio de la Antropología. Cómo unos pueblos viven en “la prehistoria” otros en “la edad media”, otros en la decimonónica y otros en la contemporánea. Eras paralelas ante un “gnomon cultural” determinado (contextual y relativo).

Me resulta muy curioso que el contrato no menciona para nada ningún objetivo pedagógico, procedimiento didáctico,… ¡nada de nada! Tan solo se habla de tiempo: empieza la jornada a las 08:00 de la mañana de un día cualquiera de septiembre y así, durante 8 meses.

Por la razón que sea (que me la pregunto) ya de antiguo, el período escolar -que nuestros días se debate a raíz de la conciliación familiar- se estima de ocho meses. Suponiendo que empezaran a mediados de septiembre o finales, el curso concluiría para abril. Ahí queda.

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