Los discursos
aprendidos
Saber hablar… saber comunicar,… pero sobretodo saber
transferir las propias experiencia y creencias, de conciencia a conciencia –corazón
e inteligencia-.
Todos los “instruidos” podemos montar un discurso; ¿qué menos
que “saber hablar en público”?,… esa elocuencia es señal de acceso a lo “culto”
y se presta a ceremonias… y rendir pleitesía al culto de la jerarquía, salvando
las circunstancias con “saber tomar la palabra” y ejercer ese protagonismo que
distingue.
Volviendo al tema, el discurso, -no el de Descartes, ¡claro!-
sino ese que todos tenemos para transferir opinión, cuando cabe. Construimos
nuestros discursos por imitación de modelos, pero en cuanto que solo “aplicamos”
las formas y la repetición, sin análisis ni crítica… mimetizamos opiniones, al
gusto y acomodo del entorno. Todo, porque aprendimos “EDUCADAMENTE” a repetir
los discurso al hilo del profesor, director, o mandamás del “circulo de poder”
donde nos desenvolviéramos.
El sistema franquista nos castigó hasta anular nuestra
indómita rebeldía, primero mediante la guerra, instaurando brutalmente el “programa
de modificación de conducta colectiva”. Luego durante los 34 años y 204 días de
la dictadura, manteniendo el programa de “sobrecorrección”; y actualmente se
nos mantiene… El anterior era expeditivo y coercitivo, ahora ya sugestivo,
porque nosotros mismo nos aplicamos el programa instaurado, de tal modo que
adocenados, nos consideramos “de bien” si conformamos nuestro pensar al de
aquellos que nos explotan y cual síndrome de Estocolmo dependemos emocionalmente
de nuestros opresores. (¿cómo explicar esa bolsa abundante de votos esclavos
del Partido Popular, heredero de la dictadura?)
Y con la sugestión hemos topado… nos abastecemos de un
talante conservador donde no queremos perder lo poco que nos queda… porque dado que la dignidad ya nos la
quitaron, y sin dignidad nos arrastramos, vamos conservando nuestras miserias e
inmundicias… creyéndonos que conservamos algo.
Si conservamos algo, es una enorme deuda soberana, una cadena
tan pesada que ni Atlas soportara, ni Sísifo resistiera. Pero cual mantra nos repetimos,
soy esclavo de mi señor, da lo mismo quien me mande. Y a honra lo proclamamos
siempre que votamos, y elegimos a los mismos que nos esclavizan.
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